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Recién estuve de vacaciones de verano y felizmente pude disfrutar de unos días en mi hermosa Isla, ubicada en República Dominicana.
Puerto Plata, ciudad hermosa que abrió las puertas al desarrollo del turismo en el país ha dado cambios que más que avanzar nos han retrocedido en el tiempo.
Era común en los años 70’s ver los cruceros turísticos que atracaban cada lunes y miércoles en la ciudad. Los atractivos turísticos, contribuyeron a dinamizar la economía de familias completas que tenían sus tiendas de regalos, mini empresarios que empleaban un personal en todas las áreas que mueven los negocios. Era normal ver las escuelas de inglés repletas de personas interesadas en aprender a desenvolverse ante la demanda de clientes extranjeros, en su mayoría procedentes de Estados Unidos.
Puerto Plata, no era una ciudad perfecta, pero se vivía feliz. Los niños usualmente íbamos a nuestras escuelas caminando y los padres estaban tranquilos de saber que llegaríamos salvos y bien a nuestros destinos en la ruta de ida y vuelta.
Este año la visita a mi ciudad revivió esa etapa tan linda donde crecí y me formé con el título de bachiller en ciencias y letras.
Sentada en el parque central, llegó a mi mente las tradicionales retretas donde la banda municipal de música tenía en todos los parques de la ciudad sus días de deleite para los municipios. Cada día de la semana, había una agenda al caer la tarde y los músicos con instrumentos en mano y uniformados brindaban hermosas notas musicales en las glorietas de los parques.
Ni que hablar del mercado modelo, una arquitectura que fue inaugurada por el entonces presidente, Doctor Joaquín Balaguer. La estructura del edifico que alojaba más de 100 estaciones de vendedores de verduras y rubros, era una verdadera obra. La limpieza que se exigía a los empresarios, era la atracción preferida de visitantes. El área de carnicería, estaba controlada por inspectores que mantenían en la «raya» a los que pagaban un arriendo por cubículo.
Hoy, visitar el mercado es una pesadilla, los productos en su mayoría tirados en las aceras y contenes alrededor del edificio hacen un contraste con cualquier «arrabal» de un camino vecinal.
Lo cierto, es que los munícipes, legisladores y el pueblo en general al parecer se han acostumbrado a esa pocilga que denominan, Mercado.
Para variar, me enferme de un virus estomacal, producido por la ingesta de unos helados caseros que una simpática señora pregonaba en las calles del sector donde reside mi padre.
Mi osadía de degustar esos helados de coco, batatas y frutas me llevaron a una sala de urgencias médicas.
Es una pena que los controles sanitarios que debe primar en todo pequeño negocio donde se comercialice un producto, brille por su ausencia en la «tacita de plata», nombre con que también conocemos nuestra amada ciudad.
Las intersecciones donde hay semáforos en la ciudad son una especie de «selva». Unos agentes de la AMET, (Autoridad Metropolitana de Transporte) impecablemente vestidos y con libreta debajo del brazo, se han sembrado a mirar como los moto taxis infringen la ley sin controles.
Ver una señora con 3 niños a bordo de un motor no es nada, pasarse una luz en rojo menos y llevar un cilindro de gas en el moto Taxy es considerado normal.
Esperar que cambie la luz del semáforo es una tortura, se arriman cuchumil vendedores que te ofertan desde una fruta hasta una botella de agua.
Los limpiadores de cristales de vehículos, son unos mozalbetes que en caso que les digas que no te interesa que limpien el cristal te vociferan todo tipo de palabras impublicables.
En fin ir a una playa, si no se está alojado en un hotel es casi una encrucijada. El Balneario Colon de Long Beach ya no existe. Los hoteles Caracol y Montemar ya no operan y el más reciente proyecto hotelero del malecón lo han rentado por apartamentos a turistas, porque nadie me supo explicar qué ocurrió con la administración de ese hotel.
En lo relativo al malecón, los carriles han sido reducidos en ambas direcciones por pilotillos, donde vi personas ejercitándose temprano en las mañanas y por las tardes.
Quise ir a la puntilla, donde está ubicada la estructura de la antigua fortaleza. Una arquitectura colonial, que forma parte del patrimonio de la humanidad, pero había un aparataje que impedía cruzar una valla de zinc.
Luego, a pocos días me enteré que habían inaugurado un anfiteatro.
En fin, siempre es agradable visitar la tierra donde se nace, lo triste es ver el retroceso en que han sometido uno de los destinos turísticos más atractivos del país.
Entiendo que las agendas políticas tengan intereses que explotar, promesas que les solventa y justifica sus discursos pero, lo triste es ver los habitantes del pueblo pasivos y hasta conformes con sus vidas.
En unos días habrá cambios en las autoridades congresionales, las municipales creo serán las mismas, pero siempre queda la esperanza de que la gente aprenda a reclamar sus derechos.
Lo bueno es que hay una generación que se empieza a formar, las comunicaciones son la mejor manera de no tolerar lo que por derecho nos corresponde. Mirar con impotencia que mientras funcionarios municipales tienen a sus hijos estudiando en universidades de Estados Unidos, las escuelas públicas tengan carencias de todo.
Con todo y las obras inauguradas y anunciadas, Puerto Plata debe tener mejores autoridades que tengan verdadero interés de servir y hacer levantar esa alicaída economía y falta de mandos que ponga en otro nivel, la siempre bella: Costa de ámbar.