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Cada año la vida pasión y muerte de Jesús se conmemora en la iglesia, que somos todos los que creemos en Jesucristo.
Caminar en Cristo implica perdonar, dejar de lado nuestras miserias humanas y abrir nuestros corazones para separar todo lo que nos aleje de Dios.
Amar a nuestros enemigos, es literalmente dejar atrás las diferencias que podamos tener con una persona que nos ha fallado. Pero, no hay que olvidar que perfecto es solo Dios. En sus atrios hay que estar en espíritu y acceder cada día a esa paz que nos reclama en su palabra ese Dios de amor que no conoce diferencias entre razas, idiomas y culturas.
Ante la ley se tiene que ser obediente, la ruta a la salvación es un camino con espinas, que está rodeado de rosas. Esa fragancia agradable es la que debemos percibir aún estemos sumidos a pruebas fuertes. Mantener la Fe nos mantiene esperanzados de una vez termine ese ciclo podamos entender el para qué hemos sido probados.
No es fácil creerle a Dios, cada quien tiene su experiencia personal con Cristo y vive su espiritualidad a su modo. Pero, hay que pensar que el camino fácil no cuesta, lo que nos regala alguien no nos sabe a nada. Sacrificar a lo mejor esas abundancias materiales para compartir lo que tenemos puede ser una vía para dar testimonio en tu comunidad de que estás siendo tocada por el espíritu De Dios.
No se vale separar el rico del pobre, porque para Dios no existen diferencias. El corazón habla sobre lo que somos. A Veces sobran las palabras para explicar algo, los hechos hablan por nosotros.
Testimonio
Participar en la “Gran misión del jubileo del año 2000” en mi natal República Dominicana, despertó en mí esa pasión de servir al prójimo y pude ir a llevar la palabra de Dios a un barrio marginado de la ciudad capital. En esos 9 días de evangelizar y tener sesiones con niños, jóvenes y adultos fue enriquecedor para mí.
Dos damas de avanzada edad fueron mis compañeras en esa misión. Lo más lindo fue vivir el desprendimiento de cada una y entregarse por completo a dar lo mejor de nosotras en esa comunidad.
Nos habían advertido el peligro que representaba estar ahí, la referencia del barrio era que los puntos de drogas dominaban el diario vivir del lugar. Sin embargo, con Fe y voluntad de responder el llamado de servir, inspiré a mis compañeras a poner en manos de Dios cada segundo que pasáramos en esa comunidad.
Oramos unidas y de rodillas clamamos por sanidad y protección divina.
Salimos a pie a conocer la comunidad, escuchando todo tipo de comentarios de la gente. Curiosos que se preguntaban a qué habíamos ido y por qué ir a quitar tiempo a los negocios que movían el oficio de los que habían tomado las calles y mantenían terror en las esquinas.
Llegamos a la iglesia y las tres reímos y con más fuerza preparamos nuestras agendas para iniciar la Gran misión.
Niños, entre edades de 6 a 14 años inició la obra de amor que Dios nos puso como oficio, luego jóvenes de 15 a 23 años visitaron el centro de misión. Los adultos llegaron como último turno a escuchar el propósito que teníamos en ese lugar.
Los niños estaban fascinados con las enseñanzas y dinámicas que realizamos, en tanto unos 6 jóvenes entraron a burlarse de nuestra presencia ahí. Con la convicción que teníamos de que Dios haría la obra procedimos a decirles que se presentarán y nos hablarán por qué decidieron asistir al centro de misión. El tono en que hablamos los transformó de inmediato y ellos mismos se encargaron de invitar otros jóvenes que posteriormente llenaron el espacio donde nos tocó participar cada tarde y noche.
La transformación que vimos en dos días en el ambiente de la comunidad nos llenaba de fuerza y entusiasmo para seguir.
Los adultos no se cansaban de manifestar su sorpresa por los buenos comentarios que se escuchaban en sus casas.
El poder de Dios manifestado en cada palabra que escucharon a través de nosotros fue arrollador, no hubo un solo participante que se quedó sin recibir cada tema con agrado y receptividad.
El centro de misión era en un cuarto de dimensiones muy estrechas, pero el interés por servir nos llenó de creatividad y decoramos cada día con cartulinas y fotos las paredes que se veían lindas. Cuando finaliza la jornada dejábamos limpios los espacios y juntas logramos hacer de esa segunda planta un verdadero remanso de paz y amor.
El día final de la misión, hubo lágrimas, confesiones y promesas de mantenerse unidos como familias e integrarse a la iglesia de manera constante.
No tengo idea de lo que ha sido esa historia que escribimos, esas tres misioneras. Lo que sí me complace es que llevamos donde se necesitaba la palabra, sembrar esperanzas y ganas de vivir con ese afán que llevamos rindió frutos.
No podemos pensar en imposibles porque para Dios no hay nada que El no pueda tocar y transformar.
Amigo lector, la vida es vulnerable cada paso que damos ya es sabido por el Altísimo y es nuestro deber caminar con pasos firmes y confianza en las pruebas. No se vale dejar para mañana lo que podemos y debemos hacer ahora. No se puede tener miedo a lo desconocido, abrir sus corazones y decirle si a Dios es siempre una buena opción.
No importa cuantas veces hayas pecado, hoy es la mejor manera de reconciliarte con Dios.
Posponer ese paso, podría llenarte de un camino de espinas y podrías correr el riesgo de no oler las rosas que tienes a tu lado.
Hay vida en abundancia en cada ser que decide seguir a Cristo. El tiempo y los espacios son más amplios y la luz que viene en cada paso de nuestras vidas sólo la encuentras en Jesucristo.
Todo hombre te puede fallar, mentir y traicionar. Somos pecadores y olvidamos fácil, pero Dios es el camino que te conduce a conocer la vida en Fe, que te brinda la oportunidad de redimir esos malos actos que has cometido. Piensa en lo lindo que sería dar la mano a tu vecino con quien tienes diferencias que han roto la relación en la convivencia. Ese familiar con quien no hablas por un mal entendido o el motivo que sea. Hoy es la oportunidad de hacerle caso a Dios, que está siempre a tu lado. Hasta la próxima entrega, dilectos lectores!