Crucero por el Mediterráneo

En cada puerto un amor y una gran historia para contar. Fueron seis ciudades, cuatro países y dos continentes. Tomamos el barco en Savona, una pequeña ciudad italiana próxima a la Génova donde se cree que nació Cristobal Colón. Allí llegamos en tren desde Milano y al acercarnos a su mar quedamos sorprendidos por el ambiente de su puerto y la belleza de del paisaje que nos mostraba imponente el barco que tomaríamos para navegar junto a unas tres mil personas más por las aguas del Mediterráneo occidental.

El primer puerto fue Nápoles, colorida ciudad del sur de Italia famosa por sus Volcán, su clima, sus pizzas y su caótico y alegre ambiente. Allí pudimos escoger hacer una excursión a Pompeya, a Herculano o a cualquiera de las históricas ciudades que el Vesuvio escondió por muchos años con sus cenizas. Igual pudimos visitar sus castillos y museos, sus numerosas iglesias o sentarnos a comer en sus famosas pizzerías, pero optamos por caminar por sus barrios, sus calles y sus plazas, para difrutar de su ambiente y ver de cerca los emblemáticos lugares de su centro histórico.

Nuestra segunda parada fue en la principal ciudad de Sicilia. Allí caminamos desde el puerto hasta el centro, deteniendonos en cada lugar a fotografiar y admirar. Para cada ciudad la compañía del barco ofrece excursiones organizadas que incluyen tour por los alrededores, vistas panorámicas y otras atracciones según las ciudades. Nosotros en Palermo y en todos los puertos que visitamos, preferimos salir a nuestro aire y sentirnos en libertad de pararnos a escudriñar en cada lugar que nos parecía atractivo. Camino a la catedral de esta ciudad italiana nos encontramos con un mercado en el que los frescos productos del mediterráneo nos invitaron a degustar. Cruzamos por fuentes, teatros, por su Palacio Real, por algunos de sus castillos y al regreso caminamos presurosos por el borde de su mar para no correr el riesgo de que el barco nos dejara en medio del camino.

 Al día siguiente llegamos al continente africano y nos pareció maravilloso habernos dormido en Europa y haber despertado al día siguiente en Africa del Norte. Habíamos llegado a Túnez, interesante ciudad musulmana en la que nos sentimos como en otro mundo por las grandes diferencias culturales que la caracterízan,

 Caminar por su medina, contemplar su particular arquitectura y cureosear en sus socos llenos de artesanía, de olores y vida nos dió mucho emoción. Era nuestra primera visita a un país árabe y sentirnos en ese ambiente nos hacía sentir en un lugar mágico. Pena que la belleza y el arte del interior de sus mezquitas es de uso exclusiva de los islamitas. Solo desde los azoteas acomodadas para los turistas se pueden apreciar algunos detalles.

 El crucero comenzó domingo y justo a mitad de la semana tuvimos un día de navegación. Excelente oportunidad para descansar un poco de nuestras largas caminatas y quedarnos contemplando desde nuestro balcón la intensidad del azul de aquel inmenso mar. También de subir a tomar el sol en la cubierta, aprovechar sus jacuzzis, sus piscinas, su gimnasio y demás instalaciones y asistir a sus clases de bailes, sus conciertos, sus presentaciones y todo el programa que ofrecen los cruceros.

 El viernes estuvimos en Barcelona, una ciudad que ya hemos visitado muchas veces y en la que siempre nos queda mucho por ver. De su puerto llegamos a su famosa rambla desde donde nos movimos por las pequeñas calles de los alrededores. Comimos tapas en su mercado, entramos a su museo de cera y a su museo de arte erótico. Para otro día dejamos volver a visitar sus lugares más emblemáticos.

 Nuestra última parada fue en Francia, en la azul ciudad de Marsella. Allí subimos a lo más alto, donde se encuentra la catedral Notre Dame de la Garde y desde aquella altura nos maravillamos de la belleza de esa importante ciudad francesa. Al bajar disfrutamos del buen ambiente de su puerto, comimos su rica y famosa sopa de pescado y caminamos por su barrio antiguo. Nos quedó mucho por ver y nos alegramos. Será una buena excusa para volver a esta ciudad y de hacer otro crucero por el Mediterráneo.

 Los precios de los cruceros por lo general son relativamente baratos comparado con lo que costaría tomar avión para ir de manera individual a cada uno de estos países y cubrirse los gastos de alojamiento y comidas que siempre están incluídos en los cruceros.

 Los desayunos y los almuerzos por lo general son tipo buffets, mientras que las cenas son a la carta. En nuestro caso, nuestro viaje fue en un barco italiano y nos tocaron largas cenas con todos los pasos del protocolo italiano incluídos: Entrada, sopa, pasta, plato fuerte, ensalada, quesos y postres.

Aunque el almuerzo está incluído para los que se quedan en el barco, es bueno agregar a nuestro presupuesto de viaje el almuerzo de cada día. Es lo mejor si queremos probar las especialidades de cada uno de los países que visitamos y si queremos disfrutar del día completo de las visitas por la ciudad.

Las paradas de los cruceros por lo general son de 8 horas en cada puerto por lo que es preciso calcular bien el tiempo para aprovechar al máximo y sobre todo, para no correr el riesgo de que nos deje el barco.

 Para los que no son muy amantes de las caminatas es buena idea tomar el bus turístico o un city tour, sobre todo cuando se quiere hacer más en menos tiempo para tener una idea general de las ciudades que se visitan. Es un asunto de gustos y de presupuestos. También de las características y el interés de cada una de las ciudades que se visitan. Lo importante es sacarle el máximo a esta maravillosa manera de vacacionar.

Mary Leisy Hernández, periodista y locutora. Egresada de la Universidad Autónoma de Santo Domingo y de la Escuela Nacional de Locución.
Escribe para el Periódico dominicano El Nacional y prepara la publicación de su libro “De París a Cotuí”, en el que recoge diversas crónicas sobre sus historias de viajes.
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